El Hotel “Vela”, instalado en ese apéndice playero de la ciudad que poco a poco va transformándose en nuevo centro, acoge en su primer piso al Bravo, un lugar que busca explicar la historia de Barcelona a través de la gastronomía.
Carles Abellán, chef-estrella responsable de un pequeño imperio de lugares imprescindibles de la capital catalana, lleva años obsesionado con dignificar la tapa y la cocina de mercado “made in BCN”. Sus propuestas van del minimalismo vanguardista de su restaurante Comerç24 hasta la revisión de los bocadillos clásicos del Yango, pasando por el “tapeo premium” del Tapas24 o los arroces a pie de playa de La Guingueta de la Barceloneta.
En el Bravo, Abellán practica un punto medio que reposa en la calidad del producto. Como dato curioso, la carta del restaurante incorpora, junto a la descripción del plato, una fecha que indica a qué época pertenece. Así pues, podemos escoger entre unos guisantes a la catalana del siglo I, unos “fideus a la cassola” de año 1.324 o bien el eterno fricandó, que ya lo petaba en el siglo XVII.
Son una auténtica maravilla las croquetas de pollo asado de El Prat y la esqueixada de bacalao ahumado, que de tan bien presentada que está, parece un delito empezar a comerla. El único plato que parece destinado al target del Hotel W es el chuletón de Wagyu (criado en Burgos), a un precio más bien de Tokyo.
El local es muy amplio, tanto que no estaría de más facilitar un GPS al cliente en su excursión a los servicios. La decoración está en la línea de diseño del resto del hotel y todas las mesas tienen vistas al mar.
Hubo un tiempo en que era muy difícil comer bien en los hoteles y el tópico se ha ido difuminando hasta el punto actual en que el lujo debe reflejarse también sobre el mantel. El Bravo cumple con esta premisa, haciendo de las recetas clásicas pequeñas obras de culto.
Desde que está Abellán en el “Vela”, ya nadie usa el servicio de habitaciones. Todos a la mesa.
Imágenes de Álex Pámies para TrendsMag.